Punto de referencia simbólico

El País · Cultura | 29-04-1991

 

 

 

CENTENARIO DE TIRANT LO BLANC

 

Punto de referencia simbólico

 

Joan F. Mira

 

El país del Tirant lo Blanc, la obra de la que en noviembre se cumplieron 500 años, es el País Valenciano, Cataluña y Mallorca, dice el autor, una sociedad con carencias que los países “normales” de Europa no tienen. La obra debe servir para llenar parte de los agujeros negros en la memoria de dicha sociedad.

 

El mes de noviembre pasado los valencianos, desde la Generalitat hasta las escuelas, gente de libros y mucha gente de la calle, celebramos nuestro 20-N particular: el día en que hacía 500 años de la primera edición de Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell, en 1490. No era cosa sólo de los valencianos, por supuesto: en Barcelona, Lleida, Perpinyà o Mallorca, la fiesta y la conmemoración tenían el mismo valor y significado. La cosa, la conmemoración, podía haberse quedado allí: en la celebración más o menos sonada del V Centenario de una importante obra literaria; ocasión para recordarla, reeditarla, estudiarla o glosarla, y quizás también leerla. Un libro, por importante que sea —y el Tirant lo es—, en principio no da para mucho más, como objeto de celebración.

 

Esta clase de conmemoración existió, evidentemente, en aquellos días de noviembre, y continuará todavía hasta el mes de noviembre próximo. Con las iniciativas y patrocinios correspondientes de la Generalitat Valenciana o de la Generalitat de Cataluña, y con la participación y apoyo de diputaciones, ayuntamientos y otras instituciones: la reunión de una docena de traductores del Tirant organizada por Acció Cultural del País Valencià y el editor Eliseu Climent, las nuevas ediciones promovidas por organismos públicos y cajas de ahorro, la edición especial del Ayuntamiento de Gandía, el gran protagonista del año, que será publicada también en fascículos por un semanario de Valencia, proyectos del Tirant en televisión, del Tirant en cine o del Tirant en cómics. En fin, todo lo que corresponde a la conmemoración sin olvidar las páginas especiales que la prensa valenciana y catalana (y también El País) le dedicó en su momento. Hasta aquí, una celebración normal, y parece que digna y suficiente. La celebración que cualquier país europeo hubiera hecho de una obra capital de su literatura .

 

Ir más allá

Por tanto, si se pretende —y sí que se prentende— que la conmemoración del Tirant no se quede en eso, si muchos pretendemos que vaya bastante más allá, es porque el país del Tirant no es un país europeo cualquiera. El país del Tirant (que es el País Valenciano, y es Cataluña y es Mallorca), es un país con déficits y carencias que los países “normales” de Europa no tienen ni han tenido, o si los tuvieron ya los han podido llenar y superar. Este es un país —una sociedad— lleno todavía de enormes agujeros negros en la memoria colectiva, de espacios en blanco y sin marcar en el mapa de la conciencia común. Falto y necesitado, todavía, de muchos de los pilares simbólicos, de la trama de referencias, que sostienen y enmarcan el funcionamiento normal de otros países, pueblos y culturas.

 

Franceses o ingleses, alemanes o italianos, checos, polacos, húngaros, españoles, o castellano-españoles para ser más exactos, han tenido en los poderes públicos el soporte principal para la construcción de este entramado simbólico y referencial. Una construcción hecha a base de grandes nombres, fechas, hechos, obras o libros, que se convierten (desde las escuelas, los monumentos o los nombres de las calles) en hitos fijos y puntos de referencia de un espacio simbólico común. Precisamente en la definición de este espacio simbólico la literatura y sus grandes nombres, libros, autores o personajes, ha jugado un papel de primer orden. No es casual y sin motivo que en Francia (incluidas colonias) no haya villa o ciudad que no esté llena de liceos, plazas y calles dedicadas a Victor Hugo, Racine, Molière o Zola. Ni que los organismos de proyección exterior se llamen Goethe Institut, Istituto Leopardi... o Instituto Cervantes. O que en el centro de la plaza de España de la capital de España haya un gran monumento dedicado no a un rey, militar o político, sino al Quijote y a su autor.

 

Aquí, en el país del Tirant, no hemos tenido nada de eso. O tan poco, sobre todo en el País Valenciano, que ni se ve ni se nota. Hemos tenido, eso sí, una “educación nacional” según la cual, una generación tras otra desde hace al menos siglo y medio, no había más que una historia, una lengua y una literatura. Que no eran precisamente las propias del país, pero que se obligaba a asumir como propias. “Nuestra” lengua empezaba con San Millán de la Cogolla y el Mío Cid, y “nuestros” clásicos eran Lope, Quevedo o Cervantes. Las literaturas no castellanas, en los libros de texto, ocupaban unas pocas líneas en letra pequeña, generalmente ignorada: Llull, Muntaner, A. Marc o Martorell, eran un simple añadido prescindible. Lo propio —lengua, literatura, autores, obras—, o era marginal o ni siquiera existía. Ni clásicos, ni símbolos ni nombres de nada.

 

Por eso, para llenar tanto vacío, tanta alienación, tanta aniquilación de la conciencia, en este año del Tirant es tan necesario hacer con uno de nuestros grandes nombres algo, aunque sólo sea la mitad o la cuarta parte, de lo que los demás han hecho con los suyos. Quizá el Tirant lo Blanc nunca llegue a ser del todo nuestro Quijote, nuestro Hamlet o nuestra Divina Comedia, ni Martorell nuestro Cervantes, Shakespeare o Dante. Pero han de ser algo parecido. Han de cumplir una doble función: ser símbolo y estandarte de nuestra literatura hacia el exterior (y al Tirant le sobran méritos para conseguirlo, aunque le falte el apoyo de dos o tres ministerios), y ser punto central de referencia hacia el interior. Ha de ser, como un Quijote nuestro, figura alegórica, libro de cabecera, familiar, popular, íntimo y público. En eso, que es mucho más que un V Centenario, estamos empeñados muchos en este país o países: ayuntamientos, entidades cívicas y culturales, y centenares de comisiones organizadas en pueblos y ciudades. Hacia afuera, tenemos el apoyo de la UNESCO; del Consejo de Europa y de grandes casas editoriales. Hacia adentro, es trabajo nuestro y lo estamos haciendo ya. A otros no les hace falta: lo tienen hecho desde mucho tiempo atrás.

 

Joan F. Mira es escritor y vicepresidente de Acció Cultural del País Valencià

 

 

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